Por Luis Jaime Cisneros
Los franceses están preocupados. Y con razón. En la clasificación anual que sobre más de 500 instituciones de enseñanza superior realizó la universidad Liao Tong de Shanghai, las instituciones francesas muestran un descenso respecto del lugar que ocuparon en la clasificación del año anterior. El año pasado ocupaba el sexto lugar entre los 37 países convocados, y ahora ha descendido a un sétimo lugar.
La primera universidad de Francia (París VI) ocupa ahora el puesto 42, tras haber alcanzado el puesto 39 el año pasado. Una buena noticia, en medio de tanta tiniebla: la Escuela Normal Superior ha avanzado 10 puestos en la clasificación mundial y representa ahora el puesto 22 en el nivel europeo, cuatro puntos más que el año anterior.
Como señala la prensa francesa, no hay que exagerar, pues debemos considerar que esta evaluación de Shanghai solamente tiene en cuenta la investigación producida en el seno de cada institución. Se explica, así, que ocho universidades norteamericanas aparezcan consideradas entre las 10 ‘mejores universidades mundiales’, y que Gran Bretaña continúe luciendo los institutos de Cambridge y Oxford.
Pero lo que procuro destacar no es el lamento de la prensa. Me interesa poner de relieve la reacción de la FAGE, que es la ‘Federación de asociaciones generales estudiantiles’, una de las principales agremiaciones de estudiantes. Se ha sentido con derecho a reaccionar afirmando que “la omnipresencia de la investigación, el predominio de las publicaciones anglófonas, así como el desconocimiento de los medios financieros propios de cada establecimiento no permiten juzgar bien la pertinencia pedagógica y científica de las universidades francesas”.
Por su parte, la ministra Valerie Pécresse, responsable de la enseñanza superior, piensa que “queda de relieve la urgencia de reformas en la universidad”, para asegurar “la calidad de las universidades europeas”. Está dicho, así, en varias lenguas: sin investigación no hay universidad; pero sin dinero, no hay investigación. Tengámoslo presente para defender lo uno y para exigir lo otro. A los profesores nos toca ayudar a los estudiantes a descubrir sus talentos y asegurar el rigor para alcanzar una investigación de calidad. Al Estado le alcanza, como deber y obligación, asegurar los dineros.
La noticia nos sirve para comprobar que la crisis en el sector educativo no es exclusiva de nuestro continente ni del país, sino que se la sufre, con perspectiva singular, en el mundo entero. Traigo el hecho a colación para reflexionar sobre el quinto objetivo del Proyecto Educativo Nacional, que busca “asegurar una educación superior de calidad que brinde aportes efectivos al desarrollo socioeconómico y cultural del país a partir de una adecuada fijación de prioridades y teniendo como horizonte la inserción competitiva del Perú en el mundo”.
Si analizamos detenidamente esta exposición de objetivos, podemos entender la reacción de la prensa y estudiantes franceses ante los resultados de la evaluación de Shanghai. La educación superior nos conecta con el mundo. Lo consigue a través de la enseñanza de calidad y de la investigación rigurosa. Por eso el Consejo Nacional de Educación reflexiona sobre lo urgente que es (ahora, y no más tarde) “una ley del sistema de educación superior que lo constituya como etapa del sistema educativo”. Y como esa educación debe conectarnos con el mundo, esa ley debe mirar simultáneamente al Perú y a los cuatro puntos cardinales. No se trata de copiar sistemas ajenos, sino de atender a realidades ajenas y a la necesidad de concertar, tras haber analizado la perspectiva de nuestro futuro, los caminos y las conductas necesarias para alcanzar una educación superior de calidad y asegurar un clima de investigación atento a nuestras necesidades económicas, sanitarias, culturales.
No se trata de una ley sobre universidades, porque ya es hora de abrir los ojos y superar el aturdimiento. La educación superior se imparte en instituciones como escuelas, institutos y universidades. Las tres tienen la misma jerarquía. Para acceder a las tres hay que haber sido buen estudiante y hay que tener la aptitud requerida. Si el mundo ha progresado tecnológicamente, obligación de todo gobernante es asegurar que el sistema educativo oriente, desde los momentos escolares, la inquietud por el mundo científico-tecnológico. Hay que despertar en el alumno el interés por los trabajos científicos de todo orden (y la preocupación ecológica nos alerta), tratando de que abra su interés al mundo de la creación y la investigación. Antes que la memoria, hay que estimular el talento.
Los franceses están preocupados. Y con razón. En la clasificación anual que sobre más de 500 instituciones de enseñanza superior realizó la universidad Liao Tong de Shanghai, las instituciones francesas muestran un descenso respecto del lugar que ocuparon en la clasificación del año anterior. El año pasado ocupaba el sexto lugar entre los 37 países convocados, y ahora ha descendido a un sétimo lugar.
La primera universidad de Francia (París VI) ocupa ahora el puesto 42, tras haber alcanzado el puesto 39 el año pasado. Una buena noticia, en medio de tanta tiniebla: la Escuela Normal Superior ha avanzado 10 puestos en la clasificación mundial y representa ahora el puesto 22 en el nivel europeo, cuatro puntos más que el año anterior.
Como señala la prensa francesa, no hay que exagerar, pues debemos considerar que esta evaluación de Shanghai solamente tiene en cuenta la investigación producida en el seno de cada institución. Se explica, así, que ocho universidades norteamericanas aparezcan consideradas entre las 10 ‘mejores universidades mundiales’, y que Gran Bretaña continúe luciendo los institutos de Cambridge y Oxford.
Pero lo que procuro destacar no es el lamento de la prensa. Me interesa poner de relieve la reacción de la FAGE, que es la ‘Federación de asociaciones generales estudiantiles’, una de las principales agremiaciones de estudiantes. Se ha sentido con derecho a reaccionar afirmando que “la omnipresencia de la investigación, el predominio de las publicaciones anglófonas, así como el desconocimiento de los medios financieros propios de cada establecimiento no permiten juzgar bien la pertinencia pedagógica y científica de las universidades francesas”.
Por su parte, la ministra Valerie Pécresse, responsable de la enseñanza superior, piensa que “queda de relieve la urgencia de reformas en la universidad”, para asegurar “la calidad de las universidades europeas”. Está dicho, así, en varias lenguas: sin investigación no hay universidad; pero sin dinero, no hay investigación. Tengámoslo presente para defender lo uno y para exigir lo otro. A los profesores nos toca ayudar a los estudiantes a descubrir sus talentos y asegurar el rigor para alcanzar una investigación de calidad. Al Estado le alcanza, como deber y obligación, asegurar los dineros.
La noticia nos sirve para comprobar que la crisis en el sector educativo no es exclusiva de nuestro continente ni del país, sino que se la sufre, con perspectiva singular, en el mundo entero. Traigo el hecho a colación para reflexionar sobre el quinto objetivo del Proyecto Educativo Nacional, que busca “asegurar una educación superior de calidad que brinde aportes efectivos al desarrollo socioeconómico y cultural del país a partir de una adecuada fijación de prioridades y teniendo como horizonte la inserción competitiva del Perú en el mundo”.
Si analizamos detenidamente esta exposición de objetivos, podemos entender la reacción de la prensa y estudiantes franceses ante los resultados de la evaluación de Shanghai. La educación superior nos conecta con el mundo. Lo consigue a través de la enseñanza de calidad y de la investigación rigurosa. Por eso el Consejo Nacional de Educación reflexiona sobre lo urgente que es (ahora, y no más tarde) “una ley del sistema de educación superior que lo constituya como etapa del sistema educativo”. Y como esa educación debe conectarnos con el mundo, esa ley debe mirar simultáneamente al Perú y a los cuatro puntos cardinales. No se trata de copiar sistemas ajenos, sino de atender a realidades ajenas y a la necesidad de concertar, tras haber analizado la perspectiva de nuestro futuro, los caminos y las conductas necesarias para alcanzar una educación superior de calidad y asegurar un clima de investigación atento a nuestras necesidades económicas, sanitarias, culturales.
No se trata de una ley sobre universidades, porque ya es hora de abrir los ojos y superar el aturdimiento. La educación superior se imparte en instituciones como escuelas, institutos y universidades. Las tres tienen la misma jerarquía. Para acceder a las tres hay que haber sido buen estudiante y hay que tener la aptitud requerida. Si el mundo ha progresado tecnológicamente, obligación de todo gobernante es asegurar que el sistema educativo oriente, desde los momentos escolares, la inquietud por el mundo científico-tecnológico. Hay que despertar en el alumno el interés por los trabajos científicos de todo orden (y la preocupación ecológica nos alerta), tratando de que abra su interés al mundo de la creación y la investigación. Antes que la memoria, hay que estimular el talento.
Tomado del diario La República
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