Por Dídac Ramírez rector de la UB
En una iglesia de Sussex (Inglaterra) se encuentra una inscripción de 1730, que resumidamente dice: “Una visión sin acción es un sueño. Una acción sin visión es penosa. Una visión asociada a la acción es la esperanza del mundo”. Nuestra sociedad no pasa momentos favorables y estamos viendo peligrar los fundamentos de nuestro bienestar y de la legitimidad democrática. Hacen falta nuevas visiones del mundo que permitan el desarrollo, sin hipotecar los recursos naturales ni nuestro futuro, sin fomentar desigualdades sociales ni intergeneracionales, con bienestar y solidaridad..., con democracia y sostenibilidad.
Para mirar el futuro con esperanza se requiere tener confianza en las instituciones públicas, en la política y los políticos, en los Parlamentos y los Gobiernos... La dinámica actual no nos lleva precisamente por este camino. Las decisiones económicas han pasado por encima de derechos sociales y laborales, han contradicho programas políticos, han decidido sobre servicios básicos..., y hasta han supuesto la modificación de la Constitución para intentar combatir un déficit y unos indicadores económicos, que aún no se percibe el cambio en los valores buscados.
El problema no es tanto el hecho de estar de acuerdo o no con todas y cada una de las medidas, sino con una sensación de que no hay una “visión” de fondo ni debatida que justifique las acciones de los Gobiernos y aprobaciones parlamentarias. Nos encontramos, con poco riesgo a equivocaciones, delante de mensajes y decisiones que parecen erráticos o “inacabados”. Combaten el déficit con una perspectiva del “todo vale” y del camino de “el fin justifica los medios”. Con todo eso, nuestra democracia se debilita y crece una desafección hacia la política por la falta de credibilidad de los programas legitimados por su votación en las respectivas elecciones, que finalmente se incumplen bajo una escenografía de no tener intención de explicar o pedir disculpas por el cambio. Tampoco se sabe dónde mirar porque también fallan las alternativas políticas, como si no hubiera posibilidades de seguir otros caminos.
La universidad pública es un punto de encuentro de la reflexión crítica y, desde la pluralidad y rigurosidad de pensamientos y debates
Desde la perspectiva de la universidad pública, quiero reivindicar que todavía estamos a tiempo, que nos hace falta ligar visiones políticas y sueños de un mundo mejor con programas de gobierno y de gestión responsables, coherentes y globales. Desde la responsabilidad, por ejemplo, la Universidad de Barcelona ha organizado y difundido su acción de gobierno a través de un plan director que mide de forma transparente el grado de cumplimiento del programa en forma de dirección por objetivos.
Una responsabilidad y transparencia que es observable en algunos países de nuestro entorno también con dificultades, e incluso en los que ayudan financieramente han realizado consultas ciudadanas o debates parlamentarios con el objetivo de validar y ratificar decisiones de sus Gobiernos.
Los partidos políticos, las instituciones públicas, la participación, la democracia... son los pilares en los que tenemos que basarnos para explicar el camino de la recuperación y que emerjan unas expectativas reales y confiables sobre el futuro. La universidad pública es un punto de encuentro de la reflexión crítica y, desde la pluralidad y rigurosidad de pensamientos y debates, desde la responsabilidad de las misiones que tiene encomendadas, reivindica su participación activa en la solución de la crisis y en la recuperación del Estado de bienestar a través de sus funciones de ascensor social y de generación de conocimiento.
El semáforo de alarma se ha encendido por el conjunto de acciones políticas que no tienen visión ni consultan ni se explican a la sociedad, por un camino que cada vez deja más personas al margen, por unas prioridades económicas que se olvidan de la función fundamental del sector público que son los servicios básicos como la sanidad, la educación, el empleo y otros derechos sociales. La crisis puede llevar asociados peligros invisibles. De ninguna forma podemos hacer que la recuperación sea a un precio impagable.
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