Por Salomón Lerner Febres
Se cumplen cien años del nacimiento de una persona ciertamente inolvidable. Me refiero a Felipe Mac Gregor Rollino SJ. quien, a lo largo de su fecunda vida ejerció, entre otras importantes actividades, la función de Rector de la Pontificia Universidad Católica del Perú. Resulta de necesidad moral para muchos –entre ellos quien esto escribe– el evocar la figura de un Maestro que ciertamente ha vencido a la muerte en más de un sentido.
Penetrado de una experiencia viva e intensa de la fe en Cristo, el padre Felipe asumió su tarea sacerdotal con energía y alegría y fue un continuo ejemplo del católico comprometido que pone su inteligencia al servicio de la caridad para hacer manifiesto cómo es que hay que observar, a través de un comportamiento de solidaridad y respeto, los valores superiores del Evangelio. Exploró, con éxito, varios caminos a través de los cuales el católico podía afirmar su humanidad y con ella su vocación trascendente. Uno fue el de la formación integral de los jóvenes peruanos. De allí su vinculación –que resultó indisoluble– con la PUCP. Profesor ilustrado y riguroso del curso de Ética fue Mac Gregor el docente que no sólo informaba con razonada erudición sobre los Principios Morales que habían de aprehenderse y cumplirse a lo largo de una vida honesta, sino que también conducía a sus discípulos hasta las mismas raíces del hombre quien en su proyecto de vida histórica se halla en camino, a través de su conducta, al deber-ser. Tuve el inmenso privilegio de ser su asistente de cátedra –una vez que sumido en las arduas tareas del rectorado él tuvo la gentileza de otorgarme el honor de llamarme para apoyarlo– y conozco pues de manera directa era el valor y sentido que él otorgaba a su tarea de Maestro.
Como Rector de la Universidad Católica, Felipe Mac Gregor condujo nuestra Casa de Estudios a un crecimiento significativo tanto en lo que se refiere a su alumnado cuanto a la diversificación de sus carreras. La PUCP, con él, pasó a ser un centro superior educativo de alta calidad que dejaba sentir su presencia decisiva en la vida nacional. En los años que le tocó dirigir a la Católica ella venció su dispersión geográfica y pudo reunirse, concentrando sus diferentes unidades, en el hermoso campus de Pando en el que hoy funciona. Sólo ese gesto bastaría para hacernos ver cómo es que con el Padre Felipe la PUCP se integra en los hechos bajo la forma de una comunidad plural y dialogante que funciona con armonía en torno, a través de diferentes disciplinas, a la conservación, transmisión y creación del saber.
Desde su rectorado, y luego en su condición de Rector Emérito, asumió con profundo compromiso un efectivo trabajo en torno a la dignidad humana y a la necesidad de que nuestras vidas transcurran por los caminos del entendimiento respetuoso entre las personas y también entre las naciones. Por ello dedicó buena parte de su tiempo al tema de la cultura de la paz. Buscó no sólo estudiarla; quiso hacerla viva como consistente realidad que ha de presidir la vida de los hombres.
Hace diez años, cuando con grandísima pena dije algunas palabras en los momentos en que le decíamos adiós, citaba refiriéndome a él, estas palabras del libro de la Sabiduría a propósito del hombre justo: “Vestirá por coraza la justicia y se pondrá por yelmo el sincero juicio”. Ha transcurrido el tiempo y el devenir no ha hecho otra cosa que confirmar esa caracterización.
Fuente: La Republica
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