Por Luis Jaime Cisneros
Me sigue preocupando el tema de los estudios superiores. El de las grandes escuelas. El de las universidades. Sobre todo, ahora que leo avisos universitarios que parecen competir con los de Plaza Vea o Saga Falabella. Por eso espero con cierta impaciencia leer qué dicen sobre los varios aspectos de nuestra política educativa los ya varios candidatos que aspiran a ser presidentes. Qué piensan hacer desde el punto de vista pedagógico, no desde el puramente administrativo.
Una buena experiencia nos depara la lectura de la prensa internacional, los servicios noticiosos que la TV nos ofrece. Se intenta perfeccionar la conquista del espacio. Diariamente se intentan quiméricos y audaces avances de conquista tecnológica. Se diría que por colocar en órbita aparatos gigantescos hemos llegado a prefigurar la imagen de un hombre desorbitado. También la prensa nos informa diariamente cómo todavía existen enormes cinturones de miseria que anuncian, en todas las lenguas, que la realidad histórica y social es problemática en los cinco continentes.
Una primera pregunta se impone. ¿En qué medida noticias como estas pueden interesar a los responsables de una política pedagógica? En razón de que toda la tarea pedagógica, en sus distintos niveles, se ocupa de la formación del hombre. Y si nos circunscribimos a solo la universidad, bastará con tener presente que el estudio universitario es “estudio que las respuestas que el hombre da o intenta dar a los problemas que la naturaleza le plantea, inclusive, desde luego, desde su propia humana naturaleza”.
El conjunto de esas respuestas constituye lo que llamamos ‘la cultura’. Pero no es que la universidad ofrezca la respuesta al angustioso problema. La respuesta la vamos hallando, con solo darnos cuenta y encararla, estudiantes y profesores. La universidad nos entrena para advertir la situación y proporciona los recursos, las técnicas por asumir el reto. El ánimo, la voluntad, el entusiasmo y el deseo renovador debemos haberlo despertado y tonificarlo con el estímulo dominante de investigadores y profesores. Lo que toca a la universidad hoy es estimular e intensificar el sentido comunitario. Es sencillamente penoso escuchar confesar a los muchachos que buscan una determinada profesión “para moverse en la vida”, que es como alcanzarla para salvarse de la miseria personal. ¿Hay alguien consciente de que estudia una determinada profesión porque eso conviene a la comunidad, porque eso importa al país, porque con ello sirve de mejor modo a la armonía general de todos los peruanos? Si lo negamos, estamos confesando una comunidad sino a los efectos de los tratados, ajenos a nuestra conciencia cívica. ¿De qué función política de la universidad hablamos, entonces? Eso explica que muchos tengan a la universidad por un privilegio. Pero la universidad no es un privilegio.
Si buscamos un país mejor, debemos esperar que la escuela secundaria nos haya despertado conocimientos que constituyan la raíz de una auténtica preocupación peruana. No esperamos que la secundaria nos proporcione soluciones técnicas al respecto. Nos gustaría haber recibido nuestro inmejorable amor, nuestro entusiasmo vital. Nadie debe terminar su secundaria sin haber estado seguro de su vocación de entrega. La escuela debe salvarse de la soledad y romper su incomunicación.
Nadie debe terminar sus estudios secundarios sin haber visitado dos fábricas y sin haberse acercado a las barriadas para ver qué se hace, cómo se vive, cuánto se sufre y por qué se triunfa. Hay que salvar a la escuela con nuevos procedimientos de su faz humanista. La escuela debe, para rubricar su tarea escolar, salir de las cuatro paredes de su encierro, a fin de que los estudiantes tengan conciencia clara de las diversas formas de la esperanza peruana. Ese contacto contribuirá a que el alumno comprenda cómo necesitamos estar unidos para que el camino nos resulte llano, el esfuerzo infatigoso y la alegría preclara. Así se terminará la formación escolar comprendiendo qué significa vivir en democracia y por qué defenderla. Los alumnos terminarán su escolaridad gozando de la responsabilidad y la fortuna de haber nacido en el Perú y de frecuentar su historia. No serán solamente signos de inquietud social, sino de inicial responsabilidad política. Se trata de una inquietud que la escuela debe enseñar a practicar en esa edad en que todo riesgo es hermoso porque se hace con el corazón limpio y con una sana aptitud para la honradez.
Fuente: La República
Me sigue preocupando el tema de los estudios superiores. El de las grandes escuelas. El de las universidades. Sobre todo, ahora que leo avisos universitarios que parecen competir con los de Plaza Vea o Saga Falabella. Por eso espero con cierta impaciencia leer qué dicen sobre los varios aspectos de nuestra política educativa los ya varios candidatos que aspiran a ser presidentes. Qué piensan hacer desde el punto de vista pedagógico, no desde el puramente administrativo.
Una buena experiencia nos depara la lectura de la prensa internacional, los servicios noticiosos que la TV nos ofrece. Se intenta perfeccionar la conquista del espacio. Diariamente se intentan quiméricos y audaces avances de conquista tecnológica. Se diría que por colocar en órbita aparatos gigantescos hemos llegado a prefigurar la imagen de un hombre desorbitado. También la prensa nos informa diariamente cómo todavía existen enormes cinturones de miseria que anuncian, en todas las lenguas, que la realidad histórica y social es problemática en los cinco continentes.
Una primera pregunta se impone. ¿En qué medida noticias como estas pueden interesar a los responsables de una política pedagógica? En razón de que toda la tarea pedagógica, en sus distintos niveles, se ocupa de la formación del hombre. Y si nos circunscribimos a solo la universidad, bastará con tener presente que el estudio universitario es “estudio que las respuestas que el hombre da o intenta dar a los problemas que la naturaleza le plantea, inclusive, desde luego, desde su propia humana naturaleza”.
El conjunto de esas respuestas constituye lo que llamamos ‘la cultura’. Pero no es que la universidad ofrezca la respuesta al angustioso problema. La respuesta la vamos hallando, con solo darnos cuenta y encararla, estudiantes y profesores. La universidad nos entrena para advertir la situación y proporciona los recursos, las técnicas por asumir el reto. El ánimo, la voluntad, el entusiasmo y el deseo renovador debemos haberlo despertado y tonificarlo con el estímulo dominante de investigadores y profesores. Lo que toca a la universidad hoy es estimular e intensificar el sentido comunitario. Es sencillamente penoso escuchar confesar a los muchachos que buscan una determinada profesión “para moverse en la vida”, que es como alcanzarla para salvarse de la miseria personal. ¿Hay alguien consciente de que estudia una determinada profesión porque eso conviene a la comunidad, porque eso importa al país, porque con ello sirve de mejor modo a la armonía general de todos los peruanos? Si lo negamos, estamos confesando una comunidad sino a los efectos de los tratados, ajenos a nuestra conciencia cívica. ¿De qué función política de la universidad hablamos, entonces? Eso explica que muchos tengan a la universidad por un privilegio. Pero la universidad no es un privilegio.
Si buscamos un país mejor, debemos esperar que la escuela secundaria nos haya despertado conocimientos que constituyan la raíz de una auténtica preocupación peruana. No esperamos que la secundaria nos proporcione soluciones técnicas al respecto. Nos gustaría haber recibido nuestro inmejorable amor, nuestro entusiasmo vital. Nadie debe terminar su secundaria sin haber estado seguro de su vocación de entrega. La escuela debe salvarse de la soledad y romper su incomunicación.
Nadie debe terminar sus estudios secundarios sin haber visitado dos fábricas y sin haberse acercado a las barriadas para ver qué se hace, cómo se vive, cuánto se sufre y por qué se triunfa. Hay que salvar a la escuela con nuevos procedimientos de su faz humanista. La escuela debe, para rubricar su tarea escolar, salir de las cuatro paredes de su encierro, a fin de que los estudiantes tengan conciencia clara de las diversas formas de la esperanza peruana. Ese contacto contribuirá a que el alumno comprenda cómo necesitamos estar unidos para que el camino nos resulte llano, el esfuerzo infatigoso y la alegría preclara. Así se terminará la formación escolar comprendiendo qué significa vivir en democracia y por qué defenderla. Los alumnos terminarán su escolaridad gozando de la responsabilidad y la fortuna de haber nacido en el Perú y de frecuentar su historia. No serán solamente signos de inquietud social, sino de inicial responsabilidad política. Se trata de una inquietud que la escuela debe enseñar a practicar en esa edad en que todo riesgo es hermoso porque se hace con el corazón limpio y con una sana aptitud para la honradez.
Fuente: La República
1 comentario:
Muy reflexivo artículo del maestro Cisneros, me preguntó que estarán pensando hacer la autoridades universitarias de la Faustino con respecto a insertar políticas educativas que promuevan la honestidad y honradez entre los estudiantes.
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