martes, 14 de febrero de 2012

Un cliente para nuestras universidades

El sábado pasado publicamos un editorial sobre cómo las instituciones públicas que prestan servicios de salud y educación suelen esforzarse poco en su cometido, aprovechando que las personas sin recursos que dependen de ellas no tienen más opciones que tomar lo que les dan, sea de buena, mala o pésima (como es tantas veces el caso) calidad. Qué tan grave será esto que no tuvimos que dejar pasar 24 horas para saber de un escándalo más relacionado con el tema. Conforme publicó ayer Día_1, las universidades públicas de las nueve regiones más beneficiadas por el canon gastaron en el período 2005-2010 un promedio de 20% de los inauditos S/.1.000 millones que recibieron por esta contribución. Esto, claro, pese a que en materia de investigación científica y tecnológica (que es a donde la ley busca, con razón, que vaya el dinero) tienen todo por hacer.

El problema de las universidades regionales es el del Estado en general. Esas universidades saben que la mayoría de quienes estudian en ellas no tiene más remedio que tomar lo que ellas quieran darle y que su presupuesto seguirá fluyendo en su beneficio hacia ellas sin verse afectado por la calidad del servicio que dan. ¿Por qué alguien tendría que sudar cuando esta situación no le significaría ninguna diferencia? Y cuidado que la productividad exige invariablemente esforzarse, sin que tener fondos garantice nada. Esto lo sabe bien cualquier exitoso capitán de empresa y lo demuestran en la cancha estas universidades tan millonarias como fracasadas.

La solución pasa por lo que propusimos el sábado. El dinero que gasta el Estado en dar educación a los peruanos que no pueden pagarla por sí mismos debería entregar, por medio de cupones canjeables con el fisco por dinero público, a los propios ciudadanos que muestren los méritos académicos suficientes. Lo importante es que sean ellos quienes elijan las instituciones donde quieren gastar, sean públicas o privadas. Tenemos que empoderar al ciudadano que necesita usar los servicios del Estado para que pueda elegir y, consiguientemente, exigir. Esto es, para que pueda hacer lo mismo que hacen constantemente en el mercado quienes sí tienen recursos: irse con su dinero (en este caso, con el dinero que gasta el Estado en educar a una persona) donde la competencia. Si quienes trabajan en estas universidades supieran que en la satisfacción de su consumidor se juega la continuidad de sus puestos y salarios, otra sería su actitud y otra la historia.

No solo mejoraría, por otro lado, la preparación y el bienestar de los universitarios peruanos con un cambio así. En los países con buenas universidades, estas aportan permanentemente con descubrimientos e inventos al incremento de la productividad de su economía.

El Perú necesita buenas universidades estatales y, para poder llegar a esta meta, las que tenemos requieren de algo que hasta ahora no conocen y que los peruanos sin recursos también tienen derecho a ser: clientes.

Editorial de hoy de El Comercio

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