Por Mirko Lauer
La propuesta del congresista Vicente Zeballos sobre no más universidades es sumamente positiva, y urgente, si bien ya parece un poco tarde. El paisaje académico está sembrado de universidades y sucursales que no lo son realmente sino en su reconocimiento oficial, buena parte de ellas inútiles como vehículos de una instrucción efectiva y útil.
Pero frenar las universidades bamba no va a ser fácil, pues ellas son el foco de varios sueños poderosos, parte del llamado mito contemporáneo de la educación. Son millones los que desean un título universitario, en cualquier circunstancia, y además el Estado y la empresa lo exigen para acceder a los mejores empleos.
En medio de esos millones están los que desean obtener el título sin mayor esfuerzo, salvo el económico, y hacerlo a partir de una instrucción secundaria deficiente.
Así, ofrecerle una universidad a una provincia, o incluso al distrito que no la tiene, se ha vuelto un recurso político socorrido. El Estado y la Asamblea de Rectores han apañado sin rubor alguno este proceso de añadirle agua al caldo de la educación superior.
Como en tantos ámbitos, en esto hay excepciones clasistas. Los títulos de las universidades más pobres no valen en el mercado laboral el papel sobre el que han sido impresos. Las empresas sobre todo discriminan, lo cual hace que haya en la universidad bamba un elemento de estafa a los jóvenes que pasan por ella.
Además de la estafa al alumno hay el perjuicio a la sociedad, cuya necesidad de contar con una educación superior en serio (i.e. a la altura de las expectativas personales y productivas) es grande, y se ve frustrada.
No solo hay que frenar la fábrica de universidades que no lo son realmente, sino que además hay que empezar a revisar en serio a muchas de las que ya existen. Llama la atención que el alumnado de muchas de estas universidades no proteste por el bajo nivel educativo.
Volviendo a los mitos de la educación, ¿qué es una universidad en el territorio? ¿Un derecho? ¿Un capricho? ¿Un apoyo a una identidad deficitaria? Antes que nada debería ser un instrumento del desarrollo. El personal de los jóvenes, y el colectivo de la comunidad.
La universidad como martingala política irresponsable o como negocio particular no cumple ese cometido. Las fundaciones de universidades le soban el lomo a la población, en especial la más simple, pero en pocos años demuestran ser antesalas de la frustración.
La propuesta del congresista Zeballos debe ser atendida, y entendida como una indispensable tregua en el proceso de construir una educación superior parte de la cual no siga defraudando a las mayorías. No es una propuesta fácil. Saludamos su valentía.
Fuente: La República
La propuesta del congresista Vicente Zeballos sobre no más universidades es sumamente positiva, y urgente, si bien ya parece un poco tarde. El paisaje académico está sembrado de universidades y sucursales que no lo son realmente sino en su reconocimiento oficial, buena parte de ellas inútiles como vehículos de una instrucción efectiva y útil.
Pero frenar las universidades bamba no va a ser fácil, pues ellas son el foco de varios sueños poderosos, parte del llamado mito contemporáneo de la educación. Son millones los que desean un título universitario, en cualquier circunstancia, y además el Estado y la empresa lo exigen para acceder a los mejores empleos.
En medio de esos millones están los que desean obtener el título sin mayor esfuerzo, salvo el económico, y hacerlo a partir de una instrucción secundaria deficiente.
Así, ofrecerle una universidad a una provincia, o incluso al distrito que no la tiene, se ha vuelto un recurso político socorrido. El Estado y la Asamblea de Rectores han apañado sin rubor alguno este proceso de añadirle agua al caldo de la educación superior.
Como en tantos ámbitos, en esto hay excepciones clasistas. Los títulos de las universidades más pobres no valen en el mercado laboral el papel sobre el que han sido impresos. Las empresas sobre todo discriminan, lo cual hace que haya en la universidad bamba un elemento de estafa a los jóvenes que pasan por ella.
Además de la estafa al alumno hay el perjuicio a la sociedad, cuya necesidad de contar con una educación superior en serio (i.e. a la altura de las expectativas personales y productivas) es grande, y se ve frustrada.
No solo hay que frenar la fábrica de universidades que no lo son realmente, sino que además hay que empezar a revisar en serio a muchas de las que ya existen. Llama la atención que el alumnado de muchas de estas universidades no proteste por el bajo nivel educativo.
Volviendo a los mitos de la educación, ¿qué es una universidad en el territorio? ¿Un derecho? ¿Un capricho? ¿Un apoyo a una identidad deficitaria? Antes que nada debería ser un instrumento del desarrollo. El personal de los jóvenes, y el colectivo de la comunidad.
La universidad como martingala política irresponsable o como negocio particular no cumple ese cometido. Las fundaciones de universidades le soban el lomo a la población, en especial la más simple, pero en pocos años demuestran ser antesalas de la frustración.
La propuesta del congresista Zeballos debe ser atendida, y entendida como una indispensable tregua en el proceso de construir una educación superior parte de la cual no siga defraudando a las mayorías. No es una propuesta fácil. Saludamos su valentía.
Fuente: La República
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