La comunidad académica norteamericana está muy preocupada por la drástica reducción de profesores principales como catedráticos en las universidades públicas y privadas, a la par del aumento de catedráticos contratados sin nombramiento, estabilidad ni beneficios sociales. La corriente privatizadora de los últimos 30 años ha penetrado las universidades y ha creado un ambiente de pseudo-mercado en el que las universidades públicas marginalizan a los profesores estables. Usan mecanismos de mercado con el benchmarking, ratings de dólares generados, evaluaciones de estudiantes y atributos similares, para tomar decisiones sobre la continuidad de los catedráticos contratados.
Dan Clawson, profesor de Sociología de la Universidad Amherst de Massachussetts reporta el tema en el volumen 324 de la revista Science del 29/5/2009. Señala que el cambio de paradigmas de la gestión universitaria influida por la privatización ha hecho girar el concepto de presidente de la universidad hacia el de CEO (Chief Executive Officer), y el de administración universitaria al de gerencia. Dado que el tiempo promedio de permanencia de un presidente es de 8,5 años y el de un rector es 5.2 años, ellos están muy interesados en mostrar logros de corto plazo y con ello tener buenas cartas de presentación para sus próximos trabajos. Todo ello crea un clima universitario de gestión empresarial, en el que lo que interesa son los resultados que puedan exhibirse en el corto plazo en desmedro de las investigaciones con resultado de largo aliento.
En 1970 el 55% del profesorado universitario de tiempo completo que comprendía 369,000 académicos y profesionales era profesorado principal estable. Estas cifras bajaron a 41% en el 2003 y a 31% en el 2007 pese a que el profesorado total creció a 676,000. En el mismo tiempo, el número de profesores contratados de tiempo parcial creció de 22% a 49%. A su vez, los sueldos reales de los profesores principales apenas subieron en 5% mientras que los costos de las pensiones estudiantiles subieron 125% en las universidades públicas y 253% en las privadas (lo que desestima el argumento de que se prefiere a los contratados por un problema de costos salariales).
Los argumentos de los propulsores de esta tendencia en las universidades a reducir la cantidad de profesores principales estables y aumentar la de los contratados son diversos: las garantías de empleo permanente lindan con permitir inmoralidades, inhibe las estrategias de recolocación estratégica de recursos humanos, protege a los incompetentes, limita la posibilidad de reemplazar un profesor ineficiente por otro más eficiente, limita la capacidad de la gerencia de producir mejoras, debilita la autoridad de los ejecutivos. Su visión es la de la universidad como un negocio que tiene un producto que es ofrecido a los estudiantes clientes y que tiene que exhibir una alta rentabilidad.
En cambio los defensores del profesorado estable sostienen que ellos son los que sostienen la creatividad, se atreven a hacer investigación más arriesgadas, apelan más a la libertad de expresión y a hacer ofertas de estudios innovadores a los estudiantes, porque no viven con el temor de que si se salen de la línea de simpatía de la gerencia serían despedidos. Además, esos profesores que tienen continuidad son los que pueden hacer la investigación de largo aliento, atender como tutores o asesores a los estudiantes a lo largo de los años, sin que tengan que sufrir las continuas rotaciones. Con catedráticos disidentes que cuestionan los saberes convencionales los estudiantes se sienten más estimulados a pensar en nuevos paradigmas.
Su visión es la de la universidad como un centro de producción de conocimientos donde los estudiantes son educados (no solo entrenados) y en el que el equipo docente debería tener intervención en la evaluación entre pares que conocen la relevancia de los campos académicos (más que de los gerentes preocupados por los costos) y tener además una continuidad en el tiempo para permitir que la universidad cumpla con su misión.
Sin duda el debate en Estados Unidos tiene implicancias para el Perú porque el crecimiento explosivo de institutos y universidades privadas empresariales muestra un comportamiento similar en cuanto a preferir las áreas académicas más rentables, poca investigación (si alguna) de largo aliento, contratación de profesores de tiempo parcial o completo por contratos temporales, con equipos estables muy pequeños y funcionales a los promotores. Esta tendencia también se expresa en las universidades públicas en las que no se abren nuevas plazas para profesores estables.
Quizá el Perú podría buscar una opción intermedia a través de un centro de altos estudios científicos, que diera trabajo a los más notables y reconocidos científicos peruanos, para que se dediquen a investigar, sin las limitaciones de tener que presentar resultados en el corto plazo porque de lo contrario no les van a renovar sus contratos.
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