Por Raúl Wiener
Se discute en el
Congreso una nueva ley universitaria que ha provocado fuertes enfrentamientos,
con la peculiaridad de que esta vez ya no son sólo estudiantes contra el
gobierno, sino que ahora hay empresarios de copete entre los que protestan y
ponen avisos en los diarios contra la nueva reforma hablando de la autonomía que
sus antepasados detestaban.
Alguien me dijo que con las universidades pasaba como con
las combis, que se han entrecruzado tantos intereses que no hay forma de
desenredarlos, y el asunto toca a tanta gente que es seguro que cualquier
intento de mejorar las cosas termine en una tremenda pelea que al final parezca
que mejor hubiese sido dejar las cosas como estaban. Al general y congresista,
Daniel Mora, estas ideas deben haberle pasado varias veces por la cabeza.
Su iniciativa de actuar sobre la actual realidad de la
universidad peruana, al margen de las poderosas resistencias que hoy existen,
responde claramente a algunos hechos sobre los cuales no se puede dudar:
(a) la mayoría de universidades estatales han sido tomadas
por camarillas corruptas que han adulterado el sistema de renovación de
autoridades para perpetuarse y sobornado a parte de las representaciones
profesorales y estudiantiles, para poder mantener el control académico,
administrativo y presupuestal, imponiendo una mediocrización de la calidad de la
enseñanza que corresponde al sistema de compadrazgo con el que gobiernan, y
tratan como puedan de mantener sin variantes el estatus quo que los favorece en
nombre de la autonomía.
(b) en las universidades privadas más antiguas también se
han creado sistemas de reproducción en el poder de otro tipo de camarillas,
quizás menos mediocrizadas que las estatales, pero que también no parecen estar
interesadas en ninguna renovación, ni control, sobre el manejo que realizan de
los recursos que llegan a sus manos de las pensiones de los estudiantes y otros
ingresos, y que también invocan la autonomía para seguir como
están.
(c) finalmente, han proliferado las “universidades de
lucro”, concepto que fue creado por Fujimori en el marco de las liberalizaciones
y que no son más que inversiones privadas en educación superior de alto
rendimiento, dentro de las cuales pueden haber “universidades en serio”, que
responden a empresas que ofrecen productos de relativa calidad bajo su control y
que están asociadas al desarrollo de determinadas actividades económicas; y
“universidades de garaje” (o de medio pelo, como diría Humala), que ofrecen un
título sin garantías, porque no tienen las condiciones para producir algo mejor,
y que en muchos casos están deviniendo en una vulgar estafa para los
estudiantes, los padres de familia y el país que espera que su clase profesional
sea respetable; y en ambos casos sus promotores también se escudan en la
autonomía.
La nueva reforma
En realidad el viejo concepto de libertad para enseñar,
investigar, discutir, que estaba detrás de la bandera de la autonomía que viene
desde el “Grito de Córdoba” de 1918, nunca negó que el Estado tuviera la
responsabilidad de definir una política universitaria general y de establecer
los requisitos para obtener títulos a nombre de la nación en diversas
profesiones y los postgrados que correspondan. No pueden ser los rectores
entornillados y sus allegados, o los promotores privados los que decidan los
estándares de formación de los profesionales nacionales. Pero así está
ocurriendo.
Mora tiene razón en decir que debe haber un ente distinto a
la Asamblea Nacional de Rectores, que es la expresión de todos los defectos que
acabamos de señalar, que supervise la calidad de la enseñanza y los términos de
acreditación del que gozan las universidades. El general proponía un sistema
mixto Estado-Universidades para regular el proceso, lo que desde distintos
lugares fue calificado como una intromisión autoritaria que arrasaba con la
autonomía. De pronto se armó el más inesperado frente de rectores repudiados por
corruptos, como el de San Marcos, con muchos de los estudiantes y profesores que
aspiran a derrocar estas autoridades pero que temen la entrada de un Estado
autoritario en los claustros, con el añadido al lado derecho de la CONFIEP, el
grupo El Comercio y las universidades confesionales.
A este bloque, sin embargo, le ha contestado el gobierno y
su punta de lanza, el MEF, proponiendo un nuevo proyecto de ley donde la
Superintendencia de Mora pasa a ser un ente meramente estatal que tendría
poderes sobre la vida de las universidades. La conversión de un órganos de
diálogo y consensos en una estructura vertical que acalle las resistencias. La
situación que empieza a configurarse evoca en cierta forma lo que pasó con la
ley universitaria que dictó el gobierno de Velasco en 1969, que tenía ideas
modernizadoras y hasta progresistas, pero terminó revestida de tono autoritario
y el gobierno quiso sacarla adelante por la fuerza con lo que se ganó la eterna
enemistad del movimiento universitario.
Hoy el escenario se ha complejizado porque los intereses
privados han aumentado su peso específico como nunca antes se hubiera supuesto.
Muchas veces sorprende que las federaciones universitarias estén hablando de la
libertad académica, el desarrollo crítico de la universidad y el cogobierno,
para oponerse a la ley Mora, y los empresarios estén refiriéndose a todo lo
contrario: el control curricular por los inversores, la despolitización y el
verticalismo de gobierno para también enfrentarse a los trabajado en la Comisión
de Educación del Congreso. Se puede entender, por esto, la comparación con el
tallarín de las rutas de transporte de Lima, donde cada quién jala para su lado.
¿Quién podrá hacer racional la reforma de la Universidad
Peruana y construirla sin atropellar a nadie, pero sin concesiones a los
intereses menudos y deleznables que ahora se han mezclado en la batalla? Porque
si alguien quiere que se le confirme lo grave que es la situación que
simplemente vea lo que pasó con la Universidad Garcilaso de la Vega, la del
rector de los 2 millones de soles mensuales y media familia empleada en el mismo
lugar, al que la ANR trató de intervenir en plan de revisión de cuentas y que
echó a patadas a los delegados de la institución que se suponía estaba
defendiendo contra la propuesta de Mora. No hay duda que Cervantes, Chang,
Cotillo y muchos otros se han vuelto un símbolo des universidades combi, que de
alguna manera habrá que reformar.
Publicado en Hildebrandt en sus Trece
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