Por Andrés Oppenheimer
En los últimos días se ha escrito mucho sobre el Premio Nobel concedido al escritor peruano Mario Vargas Llosa. La distinción no debería ser vista únicamente como un bien merecido -y tardío- reconocimiento a un talento literario, sino también como una nueva evidencia de que Perú se está convirtiendo -económica, social y culturalmente- en uno de los países latinoamericanos más promisorios.
Casi en todos los aspectos, a Perú le está yendo bien.
Económicamente, Perú crecerá un 8.3 por ciento este año, más que cualquier otro de los países grandes de Latinoamérica, según las últimas proyecciones del Fondo Monetario Internacional. Y, más importante aún, el país ha estado creciendo sostenidamente a un promedio anual del 6 por ciento desde 2002 -también la tasa más alta entre las economías grandes de la región- y con una inflación proyectada de 1.7 por ciento este año, una de las más bajas de América Latina.
Las inversiones florecen, atraídas por la estabilidad política y económica del país, y las exportaciones subieron en un 35 por ciento durante los primeros ocho meses de este año, según el FMI.
En el ámbito social, Perú ha reducido la pobreza de 54 a 35 por ciento de la población en los últimos 10 años, según el Banco Mundial. El Presidente Alan García -un ex populista convertido en administrador responsable- dijo en un reciente discurso ante las Naciones Unidas que espera reducir el índice de pobreza al 30 por ciento de la población en 2011.
En el campo cultural, además de estar festejando el Nobel de Vargas Llosa, Perú se está destacando en otros frentes.
El pintor peruano Fernando de Szyszlo es uno de los artistas latinoamericanos más reconocidos en el mundo. Escritores como Alfredo Bryce Echenique, Alonso Cueto y Santiago Roncagliolo se leen mucho más allá de las fronteras de Perú. El economista Hernando de Soto es quizás el pensador económico latinoamericano más influyente a escala mundial.
La cocina peruana -una mezcla de la gastronomía indígena con la española y la asiática- se ha convertido en los últimos años en el fenómeno culinario latinoamericano que se ha puesto más de moda por doquier. Restaurantes peruanos como Astrid & Gastón han abierto filiales en todo el mundo. Mi favorito, La Gloria, en Lima, posiblemente esté entre los mejores restaurantes de Latinoamérica.
Es cierto que Perú aún tiene muchos problemas. Tal como me recordó el intelectual y político peruano Alfredo Barrenechea, el país está experimentando un "crecimiento asimétrico". El sur andino, de alta población indígena, está creciendo a un ritmo más lento que las provincias del norte. Las enormes inversiones mineras del sur no están generando tantos empleos como la construcción y la industria en el norte, me explicó.
Además, una parte del éxito de Perú se debe a los precios récords en los mercados mundiales de algunas de sus principales exportaciones, como el oro, la plata, el cobre y el zinc. Si baja el valor de esas materias primas, queda la duda de si Perú podrá seguir creciendo como hasta ahora.
Y Perú es una democracia ruidosa, en la que casi todos los días sale a la luz un nuevo escándalo político o económico. No resulta sorprendente que los peruanos tengan poca paciencia con sus Presidentes: la popularidad de Alan García alcanza sólo 26 por ciento, y la de sus predecesores recientes fue aún más baja.
Pero el progreso del país es visible. Durante una reciente visita a Perú, me sorprendió gratamente advertir que -a diferencia de lo que vi la primera vez que viajé a ese país, tres décadas atrás, cuando era una de las sociedades con mayor segregación racial de la región- se puede observar una creciente diversidad étnica en los restaurantes de Lima.
Y la capital peruana, que hasta hace una década era una de las más feas de Latinoamérica, donde todo parecía gris y había que buscar mucho para encontrar un árbol, hoy día está llena de lugares verdes. Un moderno paseo a lo largo de la costa de la ciudad, con parques públicos adornados con obras de arte, ha convertido al menos algunos de los barrios costeros en una nueva atracción turística.
Mi opinión: con todas sus imperfecciones, y viniendo de un atraso mayor que el de muchos de sus vecinos, Perú está en camino de convertirse en el próximo Chile. La economía peruana está creciendo sostenidamente, tanto con gobiernos de centro-derecha como de centro-izquierda, sin grandes sobresaltos.
Perú está demostrando -como Chile, Uruguay y Brasil- que los países más exitosos son los que apuestan a la continuidad económica y a la democracia política, y no al populismo radical mesiánico. Ojalá siga así, y llame la atención por mucho más que su Premio Nobel.
En los últimos días se ha escrito mucho sobre el Premio Nobel concedido al escritor peruano Mario Vargas Llosa. La distinción no debería ser vista únicamente como un bien merecido -y tardío- reconocimiento a un talento literario, sino también como una nueva evidencia de que Perú se está convirtiendo -económica, social y culturalmente- en uno de los países latinoamericanos más promisorios.
Casi en todos los aspectos, a Perú le está yendo bien.
Económicamente, Perú crecerá un 8.3 por ciento este año, más que cualquier otro de los países grandes de Latinoamérica, según las últimas proyecciones del Fondo Monetario Internacional. Y, más importante aún, el país ha estado creciendo sostenidamente a un promedio anual del 6 por ciento desde 2002 -también la tasa más alta entre las economías grandes de la región- y con una inflación proyectada de 1.7 por ciento este año, una de las más bajas de América Latina.
Las inversiones florecen, atraídas por la estabilidad política y económica del país, y las exportaciones subieron en un 35 por ciento durante los primeros ocho meses de este año, según el FMI.
En el ámbito social, Perú ha reducido la pobreza de 54 a 35 por ciento de la población en los últimos 10 años, según el Banco Mundial. El Presidente Alan García -un ex populista convertido en administrador responsable- dijo en un reciente discurso ante las Naciones Unidas que espera reducir el índice de pobreza al 30 por ciento de la población en 2011.
En el campo cultural, además de estar festejando el Nobel de Vargas Llosa, Perú se está destacando en otros frentes.
El pintor peruano Fernando de Szyszlo es uno de los artistas latinoamericanos más reconocidos en el mundo. Escritores como Alfredo Bryce Echenique, Alonso Cueto y Santiago Roncagliolo se leen mucho más allá de las fronteras de Perú. El economista Hernando de Soto es quizás el pensador económico latinoamericano más influyente a escala mundial.
La cocina peruana -una mezcla de la gastronomía indígena con la española y la asiática- se ha convertido en los últimos años en el fenómeno culinario latinoamericano que se ha puesto más de moda por doquier. Restaurantes peruanos como Astrid & Gastón han abierto filiales en todo el mundo. Mi favorito, La Gloria, en Lima, posiblemente esté entre los mejores restaurantes de Latinoamérica.
Es cierto que Perú aún tiene muchos problemas. Tal como me recordó el intelectual y político peruano Alfredo Barrenechea, el país está experimentando un "crecimiento asimétrico". El sur andino, de alta población indígena, está creciendo a un ritmo más lento que las provincias del norte. Las enormes inversiones mineras del sur no están generando tantos empleos como la construcción y la industria en el norte, me explicó.
Además, una parte del éxito de Perú se debe a los precios récords en los mercados mundiales de algunas de sus principales exportaciones, como el oro, la plata, el cobre y el zinc. Si baja el valor de esas materias primas, queda la duda de si Perú podrá seguir creciendo como hasta ahora.
Y Perú es una democracia ruidosa, en la que casi todos los días sale a la luz un nuevo escándalo político o económico. No resulta sorprendente que los peruanos tengan poca paciencia con sus Presidentes: la popularidad de Alan García alcanza sólo 26 por ciento, y la de sus predecesores recientes fue aún más baja.
Pero el progreso del país es visible. Durante una reciente visita a Perú, me sorprendió gratamente advertir que -a diferencia de lo que vi la primera vez que viajé a ese país, tres décadas atrás, cuando era una de las sociedades con mayor segregación racial de la región- se puede observar una creciente diversidad étnica en los restaurantes de Lima.
Y la capital peruana, que hasta hace una década era una de las más feas de Latinoamérica, donde todo parecía gris y había que buscar mucho para encontrar un árbol, hoy día está llena de lugares verdes. Un moderno paseo a lo largo de la costa de la ciudad, con parques públicos adornados con obras de arte, ha convertido al menos algunos de los barrios costeros en una nueva atracción turística.
Mi opinión: con todas sus imperfecciones, y viniendo de un atraso mayor que el de muchos de sus vecinos, Perú está en camino de convertirse en el próximo Chile. La economía peruana está creciendo sostenidamente, tanto con gobiernos de centro-derecha como de centro-izquierda, sin grandes sobresaltos.
Perú está demostrando -como Chile, Uruguay y Brasil- que los países más exitosos son los que apuestan a la continuidad económica y a la democracia política, y no al populismo radical mesiánico. Ojalá siga así, y llame la atención por mucho más que su Premio Nobel.
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