Autor: Fernando Berckemeyer
Discrepo profundamente de las opiniones que dio Jaime Bayly en su campaña por Susana Villarán. Pero no por ello encuentro sentido al discurso en pro de impedir que alguien con espacio mediático pueda dedicarlo, incluso con inquina personal, a favorecer una candidatura y demoler otra.
El principio en que me baso es muy simple: no se debe prohibir a quien no obliga.
Los periodistas de opinión no pueden obligar: su ámbito es el de la influencia, no el del poder. Un comentarista, en otras palabras, no puede vencer sin convencer. Su acción, para ser exitosa, pasa necesariamente por el reconocimiento de la capacidad del otro para formarse su propia voluntad: si este otro no le da la razón, él no puede nada. La pelota, por tanto, siempre está en la cancha del público: el comentarista sólo puede proponerle –con mayor o menor elocuencia– hacia dónde patearla. Nada más. Por eso debe sospecharse de quien proponga limitar lo que un periodista puede decir: a quien quiere limitar es al público, busca que no tenga la posibilidad de darle la razón a tal o cual.
Es ridículo exigir imparcialidad a un periodista de opinión. Los comentaristas pueden (no digo que deben) ser tan parcializados como los abogados y a la vez prestar tan buen servicio al público como estos prestan al juez, defendiendo cada uno todo lo justo que tiene una posición (parcial, por definición) y subrayando todo lo injusto de la otra, de manera que al final el que decide pueda hacerlo consciente de todos los ángulos posibles.
Tampoco se puede decir que alguien con mucha llegada haya de emplearla con limitaciones. Una vez más, la llegada (el rating) la da el público: si el estado sanciona ahí donde el público no lo hace, a quien está limitando es al público.
Claro que siempre se puede decir que al público se le manipula fácilmente, pero entonces lo que tendríamos que criticar es a la democracia. Y ya se sabe que, frente a las otras opciones, lo que conviene más bien es que esta tenga posibilidades de ser lo más madura posible y, para eso, nada como ser libre e ir pagando los errores.
El mercado de las ideas, en fin, siempre está abierto. Que los que pensábamos opuestamente a Jaime Bayly no tuviésemos quién entrara a este mercado con igual poder de convencimiento, no es culpa de la libertad de opinión. Lo que tendríamos que estar viendo, entonces, es cómo hacemos para la próxima vez ganar ahí, en lugar de intentar controlar lo que se pueda decir a una ciudadanía a la que nosotros no supimos convencer.
Fuente: Peru21
Discrepo profundamente de las opiniones que dio Jaime Bayly en su campaña por Susana Villarán. Pero no por ello encuentro sentido al discurso en pro de impedir que alguien con espacio mediático pueda dedicarlo, incluso con inquina personal, a favorecer una candidatura y demoler otra.
El principio en que me baso es muy simple: no se debe prohibir a quien no obliga.
Los periodistas de opinión no pueden obligar: su ámbito es el de la influencia, no el del poder. Un comentarista, en otras palabras, no puede vencer sin convencer. Su acción, para ser exitosa, pasa necesariamente por el reconocimiento de la capacidad del otro para formarse su propia voluntad: si este otro no le da la razón, él no puede nada. La pelota, por tanto, siempre está en la cancha del público: el comentarista sólo puede proponerle –con mayor o menor elocuencia– hacia dónde patearla. Nada más. Por eso debe sospecharse de quien proponga limitar lo que un periodista puede decir: a quien quiere limitar es al público, busca que no tenga la posibilidad de darle la razón a tal o cual.
Es ridículo exigir imparcialidad a un periodista de opinión. Los comentaristas pueden (no digo que deben) ser tan parcializados como los abogados y a la vez prestar tan buen servicio al público como estos prestan al juez, defendiendo cada uno todo lo justo que tiene una posición (parcial, por definición) y subrayando todo lo injusto de la otra, de manera que al final el que decide pueda hacerlo consciente de todos los ángulos posibles.
Tampoco se puede decir que alguien con mucha llegada haya de emplearla con limitaciones. Una vez más, la llegada (el rating) la da el público: si el estado sanciona ahí donde el público no lo hace, a quien está limitando es al público.
Claro que siempre se puede decir que al público se le manipula fácilmente, pero entonces lo que tendríamos que criticar es a la democracia. Y ya se sabe que, frente a las otras opciones, lo que conviene más bien es que esta tenga posibilidades de ser lo más madura posible y, para eso, nada como ser libre e ir pagando los errores.
El mercado de las ideas, en fin, siempre está abierto. Que los que pensábamos opuestamente a Jaime Bayly no tuviésemos quién entrara a este mercado con igual poder de convencimiento, no es culpa de la libertad de opinión. Lo que tendríamos que estar viendo, entonces, es cómo hacemos para la próxima vez ganar ahí, en lugar de intentar controlar lo que se pueda decir a una ciudadanía a la que nosotros no supimos convencer.
Fuente: Peru21
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