Una asociación reúne a los estudiantes con mejores expedientes para
reflexionar sobre la situación de la Universidad española y proponer mejoras
·
MARCOS
BARAJAS DIEGO
·
Madrid
09/11/2016 03:33
El 4 de junio de 2013, la mano del entonces ministro de Educación, José
Ignacio Wert, quedó suspendida en el aire sin otros dedos que estrechar. Una
decena de los 126 galardonados con el Premio Nacional de Fin de Carrera le
negaron el saludo en la ceremonia de entrega como protesta por los recortes y
las reformas en educación. Un año después, el retraso en la concesión de estas distinciones agotó la paciencia de los
nuevos premiados, que se organizaron para exigir la agilización de los trámites. El
Ministerio les escuchó y eso encendió la bombilla que alumbra las buenas ideas:
¿por qué no volver a unirse para mejorar la Universidad?
Así
nacía La Facultad Invisible, una asociación sin ánimo de lucro ni vínculos
políticos que sirve de foro a más de 150 premios nacionales. «Tenemos el
expediente más alto de nuestras carreras, hemos vivido dentro y fuera de
España, hemos estudiado en universidades públicas y privadas con diferentes tradiciones
educativas y ahora algunos de nosotros damos clases en ellas mientras otros son
emprendedores. Ofrecemos una visión amplia de la situación», dice David Luque,
Premio Nacional en Pedagogía, coordinador del área de Artes y Humanidades de La
Facultad Invisible y profesor de la Universidad Francisco de Vitoria y de la
Pontificia de Comillas. La pasión por la Universidad y la fuerza de verse como
voz autorizada les aleja del conformismo.
Especialización
La
financiación insuficiente, las continuas reformas educativas y el modo en que
se organiza la propia universidad son problemas que «ponen en serio peligro la
calidad de la investigación y la docencia, el acceso universal a la misma y su
competitividad a nivel internacional», explica La Facultad Invisible en su web.
La asociación tiene previsto publicar en unas semanas un informe detallado de
la situación de la Universidad española. Hasta entonces, cada integrante ofrece
su punto de vista, aunque al final las miradas se posan en el mismo punto: el error, a su
juicio, de impartir una educación demasiado especializada.
«Formamos
profesionales del Derecho que trabajan de forma mecánica y no juristas con
sentido crítico y humanístico», denuncia Germán Teruel, Premio Nacional en
Derecho, coordinador de Ciencias Sociales y Jurídicas de La Facultad Invisible
y profesor de Derecho Constitucional en la Universidad de Murcia. Reconoce que
la educación española solía premiar la memoria frente a otras capacidades, pero
ahora el problema radica en que «los modelos pedagógicos infantilizan la Universidad.
Es un esperpento», sentencia Teruel; por eso se niega a
pasar lista en el aula, bajo la asunción de que «los estudiantes son autónomos
y responsables».
Luque
añade otro aspecto al debate: «La multiplicación de departamentos hace de la
Universidad un emporio que fragmenta el conocimiento, y no el lugar donde se reflexione sobre las
cuestiones últimas y se adquiera un pensamiento propio». Pero el fallo, indica,
se comete antes de pisar la facultad: «Con 14 años eliges entre Matemáticas o
Literatura como si fueran incompatibles, y esa forma rígida de pensar se
convierte en pobreza intelectual. Ahora muchos alumnos llegan a la universidad
sin haber leído a Borges, Cortázar o Bukowski».
Competitividad
A
Juan Margalef, presidente de La Facultad Invisible, Premio Nacional en
Matemáticas e investigador predoctoral y profesor en la Universidad Carlos III,
le molestaba de su época de estudiante que el sistema estuviera orientado a
conseguir una calificación. «Quizá
habría sido mejor aprender más y sacar peor nota», piensa. No es el único inconveniente. «Eso crea una
competición insana, mientras que trabajar en equipo al estilo de empresas como
Facebook o Google es lo que funciona. Pero los planes de Bolonia no lo han
fomentado», dice. Por eso aconseja a los estudiantes que no se vean como
rivales y se ayuden; una fórmula que le sirvió para obtener mejores resultados.
Encontrar
rápido un buen empleo parece haberse comido el hambre de saber entre los
jóvenes. «Como
profesora me doy cuenta de que a los alumnos de hoy les falta la pasión que
teníamos nosotros por estudiar. Los
noto desilusionados y sin interés, y eso se refleja en su rendimiento», aprecia
Violeta Moreno, Premio Nacional en Historia, responsable de Comunicación y
Relaciones Institucionales de la asociación e investigadora predoctoral y
docente en la Universidad de Sevilla. «Creen que hacer una carrera de
Humanidades es una pérdida de tiempo porque no les asegura un trabajo.
Estudiar, al final, se ha convertido en un trámite», añade.
La
forma de contratación y promoción del profesorado tampoco convence a los
miembros de La Facultad Invisible. «No tiende a la excelencia y convierte a los
docentes en burócratas. Además, favorece la endogamia, porque las comisiones encargadas de hacer
la selección las crea cada universidad para favorecer a sus candidatos», asegura Teruel. De ahí que «estén más preocupados
de ascender puestos que de impartir clase», lamenta Luque, que también se queja
de las continuas trabas que se encuentra para desempeñar su trabajo. «No es
lógico que para llevar a mis alumnos al teatro deba rellenar una memoria
justificando esa actividad. Toda esta burocracia te ahoga», expone.
Perfil académico
Las
empresas mueven la sociedad y deberían diseñar los planes de estudio, ofertar
másteres especializados y ofrecer a los egresados vías de acceso a su primer
trabajo. De esta opinión es Miguel Navarro, Premio Nacional en Ingeniería
Técnica de Obras Públicas, tesorero de la asociación y docente e investigador
en el Departamento de Ingeniería Civil de la Universidad de Alicante. Una forma de conseguirlo, defiende, es
adaptar la investigación a las necesidades del mercado.
«Detesto
que la investigación aplicada que se hace con fondos públicos no llegue a la
práctica. Por eso, en tres universidades españolas, como la Miguel Hernández de
Elche (Alicante), hemos
puesto en marcha proyectos para que los trabajos de fin de grado no sean un
brindis al Sol y sus propuestas puedan hacerse
realidad», cuenta Navarro.
Desorientación
«La
Universidad crea trabajadores cuyo objetivo es aprobar una oposición o ascender
en la jerarquía de una empresa, pero no están preparados para el mercado
actual», prosigue Navarro. Para ayudar a definir los pasos que los estudiantes
deben dar para que su carrera sea un éxito, La Facultad Invisible cuenta con un
servicio de orientación vía Twitter y correo electrónico. «Es de lo que más orgulloso me siento porque quienes
ya han pasado por esa situación aconsejan a otros, por ejemplo, sobre qué
universidad es mejor para estudiar Farmacia», señala su presidente.
El
orgullo también se dibuja en su voz cuando habla de la campaña de financiación solidaria
por medio de crowdfunding o micromecenazgo, con la que se
subvencionará a una decena de estudiantes cuya
brillante trayectoria pueda verse comprometida por cuestiones económicas. «No
buscamos el amarillismo, sino ayudar a quien no lo tiene fácil», matiza
Margalef. «Yo tuve la suerte de que mis padres me costearon los estudios y pude
dedicarme al 100% a la carrera pero, desafortunadamente, es una ayuda de la que
no todos pueden disfrutar», recuerda Navarro. Moreno, por su parte, ve con
tristeza que el precio de las matrículas obligue a los futuros alumnos a
decantarse por los estudios que pueden permitirse y no por los que en realidad
desean cursar.
Con
todo, no faltan razones para la esperanza. Desde La Facultad Invisible son
conscientes de que el sistema universitario español ha formado a un elevado número
de estudiantes y alberga excelentes grupos de investigación. «Queda mucho por hacer, pero ya
hemos puesto la cuña para que la gente nos escuche», recalca Margalef. Se niegan a ser invisibles.
Fuente:
El Mundo
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