domingo, 23 de octubre de 2016

Nueve estudiantes de una universidad le piden sexo al resto del campus, ¿qué podía salir mal?

Un joven universitario camina por el campus pensando en sus cosas. Aunque él jamás se ha considerado un imán para las mujeres, de repente, una chica guapa lo detiene y le dice: Te he estado observando y me pareces increíblemente atractivo ¿te irías a la cama conmigo esta noche?

Ocurrió hace varias décadas y es muy posible que el joven, sorprendido, pensase instantáneamente “madre mía, este es mi día suerte”. Ingenuo él, aquello formaba parte de un experimento realizado a finales de los 70. Un clásico sobre la psicología y las diferencias en el género sobre ofertas sexuales que tardó más de una década en poder ver la luz.
En realidad todo comenzó en el aula del profesor Russell Clark mientras impartía un curso sobre psicología social experimental en la Universidad de Florida (1978). Clark recordaría en sus libros que estaba manteniendo una discusión con sus alumnos sobre las diferencias entre hombres y mujeres en la elección de un compañero para el sexo, cuando lanzó un comentario casual que lo cambiaría todo. El profesor venía a decir que los hombres deben de preocuparse de lo que dicen para poder tener una cita con las chicas, en cambio, según el profesor las chicas solamente tienen que chasquear los dedos para que aparezca una manada de hombres al instante. Según explicó años después, el profesor expuso lo siguiente:
Una mujer, guapa o no, no tiene que preocuparse por el tiempo y la búsqueda de un hombre. Llega en cualquier momento. Todo lo que tiene que hacer es apuntar con un dedo a un hombre y susurrarle “Vamos a mi casa”, y ya tiene una conquista. La mayoría de las mujeres pueden conseguir casi cualquier hombre para hacer lo que quieran. Los hombres lo tienen más difícil. Ellos tienen que preocuparse acerca de la estrategia, el momento y los “trucos”.
Muchas de sus alumnas no sólo no estaban de acuerdo, se ofendieron porque no creían que el mundo funcionara así. En líneas generales a las alumnas les parecía que podían existir excepciones, pero jamás se debería de generalizar. El profesor entonces lanza un reto a los alumnos. Les dice que lo mejor que pueden hacer es ponerlo a prueba en un experimento bajo una situación de la vida real y ver quién tiene razón. La prueba consistiría en observar cual es el género más receptivo a una oferta sexual por parte de un extraño.
La década de los 70 fue un período de agitación social en muchos sentidos. La idea de que los hombres y las mujeres difieren el uno del otro desde el nacimiento, no sólo física, sino también en el comportamiento, se denunció como una actitud machista que existía con el único fin de negar a las mujeres la igualdad de derechos. Cualquiera que afirmara que los hombres y las mujeres se acercaban a la elección de sus parejas de manera diferente por razones biológicas (de hecho Clark estaba seguro de que era cierto) era visto con recelo por muchos psicólogos sociales.
Por esta razón, cualquiera que fuera el resultado iba a crear mucha polémica. ¿Qué ocurrió?

Diferencias ante una oferta de sexo

Una semana más tarde de la acalorada discusión en clase los alumnos y el profesor ya había elegido a los señuelos. Nueve estudiantes, cinco chicas y cuatro chicos, se desplegaron por todo el campus de la Universidad. La idea estaba clara: cuando vieran a alguien que les resultara atractivo debían acercarse, parar al chico/a y lanzarle la descarada oferta sexual con la que comenzamos el artículo.
Estos primeros resultados no fueron especialmente sorprendentes. Ante la pregunta de si querían acostarse con ellos, ni una sola mujer dijo que sí. Con frecuencia exigían al chico en cuestión que les dejara en paz y en otras ocasiones la respuesta era un “tienes que estar de broma”. En cambio, la respuesta de los chicos fue abrumadora al sí. El 75% de ellos estaban increíblemente contentos de poder satisfacer a la joven que se les había acercado para tener un encuentro sexual.
De entre las frases de estos últimos había de todo, desde el “¿por qué tenemos que esperar a esta noche?” hasta el “hoy no puedo pero mañana estaría genial” de aquellos que por lo que sea, ese día no podían tener sexo con la chica. Incluso en ese 25% restante que dijo que no, las respuestas eran muy contrarias a las de las chicas. Los que rechazaron a las chicas se disculpaban por ello y llegaban a dar largas explicaciones de su negativa.
La primera evidencia de Clark fue pensar que, por fin, había encontrado una prueba experimental que confirmaba que los hombre somos muy fáciles para las chicas.
Sin embargo el experimento no se quedó en esa primera pregunta. Tras ella decidieron bajar el tono de la propuesta para darle un enfoque ligeramente inferior. La pregunta entonces pasó a ser: ¿Quieres venir a mi apartamento esta noche? Se eliminaba el sexo explícito de la frase aunque daba pie a la imaginación de cada cual. ¿Cuál fue la respuesta? Prácticamente la misma. Ahora el 69% de los hombres decía que sí frente al 6% que también aceptaban quedar en una casa.
En vista de que aquello no había cambiado mucho deciden darle un perfil todavía más bajo, una pregunta más inocua y recatada, el famoso ¿quieres salir conmigo esta noche? Y aquí por fin todo se igualó. La pregunta tuvo prácticamente un 50% de respuestas afirmativas tanto de chicos como de chicas. Para el profesor se trataba del hallazgo más sorprendente. De hecho y como apuntó, bromeó con que la idea de que si lo llega a saber en su juventud, le hubiera propuesto salir a todas las chicas que le gustaban. Un 50% debían haber aceptado.
El profesor estaba seguro de que estas diferencias provenían de la biología asimétrica de los sexos. De esta forma apuntó lo siguiente:
Con el fin de producir un niño, los hombres sólo tienen que invertir una cantidad trivial de energía, un solo hombre puede ser padre un número casi ilimitado de veces. Por el contrario, una mujer puede dar a luz, normalmente, un número limitado de veces.
Por tanto y según apuntó, el costo diferente del sexo para el hombre y para la mujer era una causa directa de la conducta que Clark había notado en su experimento. Las mujeres son selectivas, mientras que los hombres están, básicamente, preparados para ir a la cama con cualquier mujer. En contraste con las mujeres, quienes la mayoría reaccionaron con indignación a la oferta de sexo, los hombres que no aceptaron parecían estar más preocupados por dar una excusa.
Cuando el profesor intentó publicar su estudio nadie lo aceptó. Le llevó más de diez años mientras fue rechazado por todas las publicaciones. Llegó un momento en el que estuvo a punto de dejarlo... hasta que el experimento llegó a oídas de la psicóloga Elaine Hatfield y decidió ayudar a Clark revisando el trabajo juntos para publicarlo como coautores.
Cuando comenzaron a presentarlo en el ámbito académico mientras lo revisaban las críticas en general aludían al mismo sentimiento y percepción de la época. La mayoría pensaban que el estudio en sí era demasiado extraño, trivial y frívolo para ser interesante. Otros decían que a nadie le iba a importar el resultado de una pregunta tan tonta planteada de esta manera. Otros replicaban que carecía de valor social. Cuando el trabajo conjunto de ambos estaba listo y se envió a medios especializados (habían ajustado las conclusiones de Clark) las reacciones de los editores de las revistas fueron algo más moderadas.
Sin embargo y cuando parecía que iba a ver la luz, los investigadores se encontraron con un nuevo escollo. Los críticos exponían que el trabajo era caduco, era 1982 (4 años después del original) y decían que las cosas habían cambiado desde entonces. Clark y Hatfield volvieron a repetir el experimento ese mismo año... y sorprendentemente el resultado volvió a ser el mismo.
Tras numerosos rechazos en los años siguientes finalmente el Journal of Psychology & Human Sexuality aceptó el trabajo y fue publicado en 1989. El artículo generó una enorme cantidad de interés, tanto de los medios de comunicación como de la comunidad académica. Meses después surgió una nueva ola de críticas, en este caso sustentadas en la sospecha de que el miedo al VIH podría haber cambiado el comportamiento sexual. Una vez más, el experimento se volvió a llevar a cabo en 1990 con los mismos resultados.
En el año 2003 la revista Psychological Inquiry elevó a la categoría de clásico el estudio de los investigadores. La razón de su popularidad no es otra que la forma en la que se pone de manifiesto de manera espectacular las diferentes actitudes sexuales de hombres y mujeres.
A la pregunta retórica de por qué las mujeres dicen no y los hombres dicen sí, Clark considera que se trata de un legado sociobiológico. Obviamente, antes después y hoy, existen muchos críticos que no están de acuerdo. Estos sostienen que estas actitudes no son más que un comportamiento socialmente aprendido o bien que las mujeres dijeron que no porque consideraron la invitación demasiado arriesgada. Para ellos, el profesor responde que la mitad de las mujeres estaban dispuestas a ir a una cita con un desconocido, lo que parece indicar que su comportamiento fue motivado más por el deseo de tener tiempo para evaluar la potencial pareja, que por miedo al encuentro.
Sea como fuere y cualquiera que sea la razón de las diferentes actitudes, la diferencia en sí parece ser bastante real (diría que las cosas no han cambiado tanto desde los 90). El trabajo del profesor está considerado un clásico, aunque las causas para mostrar tales diferencias entre hombres y mujeres es un debate encendido que perdurará por mucho tiempo.
Fuente: http://es.gizmodo.com/

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