Hace unos días, la Fundación Alternativas presentaba un informe sobre la Ciencia y la Tecnología en España, en cuyo resumen ejecutivo se señalaba la disminución del número de artículos científicos publicados en las primeras revistas mundiales, la drástica caída del número de patentes, la caída de la inversión en I+D en un 30% y la merma de la masa crítica de los recursos humanos dedicados a I+D. Nada sorprendente, porque es la crónica de un derrumbe anunciado desde hace años por universidades, sociedades científicas e investigadores, entre otros.
Las causas son de sobra conocidas: la disminución global de la inversión en I+D+i (especialmente la privada); el descenso de los fondos públicos destinados a investigación; la disminución del número de contratos para doctorado (FPI y FPU); la imposibilidad de reposición de investigadores, con el desmembramiento de grupos de investigación; el descenso progresivo del número de proyectos financiados y del importe medio de la subvención; la dificultad de la gestión de la investigación, que obliga a los investigadores a dedicar un número impagable de horas a estas tareas y que se verá incrementada con la entrada en vigor, en marzo, de la nueva Ley de Contratos del Sector Público.
Pero, hay una causa fundamental que casi nadie considera: se está dejando a las universidades al margen de la investigación. Se está alejando la investigación de los departamentos universitarios y esto tiene un efecto letal. Se nos lanza el mensaje de que la universidad no es el entorno adecuado para hacer investigación de calidad. En los últimos años se han creado numerosos centros de investigación alejados de la universidad. Han surgido iniciativas, como ICREA o Ikerbasque, que montan estructuras de investigación paralelas a las universidades. Bienvenidas sean, pero que se hagan en conexión con las universidades y no en su detrimento.
En lugar de favorecer la colaboración de los investigadores en la docencia, se expolia a las universidades de sus mejores profesores-investigadores, que saltan a estos centros para dedicarse íntegramente a la investigación. Y como no hay reposición, la tarea docente recae en los que quedan, que ven mermado su tiempo y disponibilidad para hacer investigación. ¿Se dan cuenta del círculo vicioso? Se nos achaca que nuestro sistema de gobernanza, contratación y gestión no es el adecuado para el desarrollo de la investigación avanzada. Pero quienes lo dicen son los que aprueban la ley de contratos, limitan las tasas de reposición para profesores y exigen acreditaciones para acceder a las universidades que impiden la internacionalización.
El análisis de los resultados de las últimas convocatorias de los planes nacionales de investigación muestra cómo cada año más proyectos van a parar a grupos de estos centros de investigación, en detrimento de los de las universidades. Se dirá que es pura concurrencia competitiva, pero para competir debe haber igualdad de condiciones. Con la excusa de primar la excelencia se ha apostado por financiar el vértice de la pirámide investigadora, dejando a la intemperie a la base que la sustenta. Por supuesto que hay que financiar la cúspide. Pero el vértice no se sustenta sin una sólida y nutrida base sin la cual estaremos destruyendo todo el sistema. No estamos hablando de grandes cantidades: unas decenas de millones sostenidos en el tiempo marcarían una diferencia enorme. En la década de los ochenta la ciencia española dio un salto muy importante para colocarse en puestos de honor a nivel internacional, en condiciones económicas nada fáciles, gracias a pequeños incentivos para la investigación y a la creación, precisamente a través de los planes nacionales, de un amplio tejido de grupos de investigación en las universidades. Ahora ocurre lo contrario: grupos sólidos de investigación no consiguen proyectos a pesar de ser bien calificados, lo que conduce a la desmotivación.
Por supuesto que la universidad necesita hacer muchos cambios. Hay que diseñar estructuras más flexibles que permitan la movilidad de investigadores entre ella y los centros de investigación. Tener en cuenta la investigación al elaborar los presupuestos y las plantillas. Introducir gestores de investigación en nuestra administración. Todo ello precisa también recursos. Necesitamos, de una vez por todas, un compromiso de Estado, una apuesta pública y social por la ciencia, que se apoye y cuente con las universidades. La universidad no es el problema, sino una parte esencial de la solución. Sin universidad no hay ciencia. Y sin ciencia no hay futuro. Completen ustedes el silogismo.
Carlos Andradas es rector de la Universidad Complutense.
Fuente: El País
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