Por: Manuel Burga
La crisis universitaria en el Perú (1935), el viejo libro de Carlos Rospigliosi Vigil, importante profesor principal de la Facultad de Ciencias y presidente del Consejo de Administración que gestionó a San Marcos clausurado, es un extenso y polémico alegato contra los excesos de la reforma universitaria de 1931, que terminó en esta famosa clausura, la primera gran crisis de San Marcos republicano.
Lo divide en tres partes: 1) una historia de San Marcos, más apologética que objetiva; 2) la labor que cumplió durante la clausura; y 3) su propuesta de una universidad futura, reabierta. En la primera muestra cómo se inicia la reforma universitaria en 1919, mencionando la visita del argentino Palacios, que coincide con la abrupta llegada de Leguía al gobierno y su diálogo con los estudiantes de San Marcos, quienes lo aclamaron como “maestro de la juventud”, sellando así una primera alianza contra el civilismo. Leguía aprobó los primeros decretos de la reforma, la apoyó hasta el 24, cuando Manuel Vicente Villarán deja el rectorado y parte al exilio.
Leguía consideró, luego, que la cancha ya estaba limpia y comenzó a incomodarse con sus exigentes socios estudiantiles. Por eso aprobó más tarde el Estatuto de San Marcos de 1928 que canceló el cogobierno y también las demás conquistas estudiantiles. Los sanmarquinos inician su lucha contra Leguía y aplauden el golpe de Sánchez Cerro. La nueva alianza, esta vez contra civilistas y Leguía, condujo al Estatuto Provisorio de San Marcos (1931), que repone las conquistas estudiantiles, hace incluso más concesiones y crea la condiciones legales para la elección de José Antonio Encinas al rectorado, que venía de fuera de la institución.
Encinas duró 14 meses en el rectorado, tiempo durante el cual los estudiantes asumen el control total de la universidad, censurando a docentes titulares y apoyándose en los contratados. Lo que de nuevo condujo al decreto de clausura del 8 de mayo de 1932, al cese de sus autoridades, clases e inicio de las actividades del Consejo de Administración. Los dirigentes estudiantiles, en su afán de controlar la universidad, habían promovido la intervención de Leguía, primero, y luego la de Sánchez Cerro. De esta manera, sostiene, habían cancelado la autonomía universitaria.
La reforma era una propuesta de transformación profunda y para eso, por ejemplo, se crearon el Colegio Universitario, la Escuela de Altos Estudios, 19 institutos de investigación y un departamento de proyección social para llevar la universidad a la sociedad. Los cambios institucionales fueron abiertamente apoyados por Encinas y jóvenes y brillantes docentes como Raúl Porras, Julio C. Tello o Jorge Guillermo Leguía, que soñaban con una universidad de calidad, pero que no se preocuparon por el proyecto político que colisionaba con el Estado.
En la segunda parte el autor describe su gestión, eficiente según él, como administrador. Pero más me interesa la tercera, cuando él reflexiona sobre lo que debe ser la universidad del futuro, donde hace reflexiones y recomendaciones que tienen una inusitada actualidad. Nos recomienda crear una universidad nacional, autónoma (dentro de la ley y responsabilidad), cultural (más que científica y profesional, que comprenda al país), investigadora, con decanos que se turnen en el rectorado y con estudiantes y docentes que ingresen a la universidad a través de estrictos concursos públicos.
Lo central es la autonomía y una universidad para la nación. ¿Por qué nadie escuchó sus recomendaciones? ¿Qué hubiera sucedido si sus recomendaciones se tomaban en cuenta? Todo el siglo XX no fue un buen escenario para sus propuestas, pero ahora, cuando ya nos encontramos en el siglo XXI, con una anacrónica ley universitaria y una desgastada reforma, su testimonio adquiere una preocupante actualidad.
Fuente: La República
La crisis universitaria en el Perú (1935), el viejo libro de Carlos Rospigliosi Vigil, importante profesor principal de la Facultad de Ciencias y presidente del Consejo de Administración que gestionó a San Marcos clausurado, es un extenso y polémico alegato contra los excesos de la reforma universitaria de 1931, que terminó en esta famosa clausura, la primera gran crisis de San Marcos republicano.
Lo divide en tres partes: 1) una historia de San Marcos, más apologética que objetiva; 2) la labor que cumplió durante la clausura; y 3) su propuesta de una universidad futura, reabierta. En la primera muestra cómo se inicia la reforma universitaria en 1919, mencionando la visita del argentino Palacios, que coincide con la abrupta llegada de Leguía al gobierno y su diálogo con los estudiantes de San Marcos, quienes lo aclamaron como “maestro de la juventud”, sellando así una primera alianza contra el civilismo. Leguía aprobó los primeros decretos de la reforma, la apoyó hasta el 24, cuando Manuel Vicente Villarán deja el rectorado y parte al exilio.
Leguía consideró, luego, que la cancha ya estaba limpia y comenzó a incomodarse con sus exigentes socios estudiantiles. Por eso aprobó más tarde el Estatuto de San Marcos de 1928 que canceló el cogobierno y también las demás conquistas estudiantiles. Los sanmarquinos inician su lucha contra Leguía y aplauden el golpe de Sánchez Cerro. La nueva alianza, esta vez contra civilistas y Leguía, condujo al Estatuto Provisorio de San Marcos (1931), que repone las conquistas estudiantiles, hace incluso más concesiones y crea la condiciones legales para la elección de José Antonio Encinas al rectorado, que venía de fuera de la institución.
Encinas duró 14 meses en el rectorado, tiempo durante el cual los estudiantes asumen el control total de la universidad, censurando a docentes titulares y apoyándose en los contratados. Lo que de nuevo condujo al decreto de clausura del 8 de mayo de 1932, al cese de sus autoridades, clases e inicio de las actividades del Consejo de Administración. Los dirigentes estudiantiles, en su afán de controlar la universidad, habían promovido la intervención de Leguía, primero, y luego la de Sánchez Cerro. De esta manera, sostiene, habían cancelado la autonomía universitaria.
La reforma era una propuesta de transformación profunda y para eso, por ejemplo, se crearon el Colegio Universitario, la Escuela de Altos Estudios, 19 institutos de investigación y un departamento de proyección social para llevar la universidad a la sociedad. Los cambios institucionales fueron abiertamente apoyados por Encinas y jóvenes y brillantes docentes como Raúl Porras, Julio C. Tello o Jorge Guillermo Leguía, que soñaban con una universidad de calidad, pero que no se preocuparon por el proyecto político que colisionaba con el Estado.
En la segunda parte el autor describe su gestión, eficiente según él, como administrador. Pero más me interesa la tercera, cuando él reflexiona sobre lo que debe ser la universidad del futuro, donde hace reflexiones y recomendaciones que tienen una inusitada actualidad. Nos recomienda crear una universidad nacional, autónoma (dentro de la ley y responsabilidad), cultural (más que científica y profesional, que comprenda al país), investigadora, con decanos que se turnen en el rectorado y con estudiantes y docentes que ingresen a la universidad a través de estrictos concursos públicos.
Lo central es la autonomía y una universidad para la nación. ¿Por qué nadie escuchó sus recomendaciones? ¿Qué hubiera sucedido si sus recomendaciones se tomaban en cuenta? Todo el siglo XX no fue un buen escenario para sus propuestas, pero ahora, cuando ya nos encontramos en el siglo XXI, con una anacrónica ley universitaria y una desgastada reforma, su testimonio adquiere una preocupante actualidad.
Fuente: La República
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