miércoles, 7 de diciembre de 2016

Vivo por Magdalena, muero por Huacho

Por Engels Ortiz Samanamud

Allá, por inicios del año 1998, partí de mi natal Huacho a Lima, para seguir alguna carrera de ingeniería, cosa que no sucedió, al final estudié ciencias de la comunicación en la USMP. Pero, este no es el motivo del artículo, pues tratará sobre mi vivencia en el distrito de Magdalena del Mar, a donde llegué, traído por mis hermanos José e Isaac.
Aún, recuerdo los primeros días, semanas y meses, que dejé mi Huacho, pero, siempre regresaba cada fin de mes en los dos primeros años que radiqué en Lima, puesto que luego ese retorno fue más distante.
Poco a poco, fui conociendo y acostumbrándome al estilo y ritmo de vida en Lima, y sobre todo de Magdalena del Mar; tratando a su gente, conociendo sus calles, su tradicional mercado, su comercio ambulatorio, su vista al mar, sus costumbres religiosas, por ejemplo, la festividad del Señor de los Milagros en el mes de noviembre. Sus acogedoras y apreciadas arquitecturas de su Iglesia conocida como La Cúpula en la avenida Sucre y su templo Sagrado Corazón de Jesús al costado del colegio Salesiano.
En cierta manera, Magdalena, me evocaba a Huacho, o al menos me fui creando esa idea, debido que el lugar donde residía se situaba cercano a la Plaza Túpac Amaru y al mercado, asimismo cercano a su malecón frente a su playa. Ello, me hacía simular mi ubicación en Huacho, también cerca a la Plaza de Armas y el mercado modelo y cercano al malecón Roca. Considero, que eso hizo apacible mi permanencia en Magdalena, por más de una década.
Así, entre los ir y venir de clases en las academias, durante los años previos a mi ingreso a la universidad, hicieron que fuera conociendo y acostumbrándome a Magdalena. Solía ir al conocido coliseo Aldo Chamochumbi en el que a veces encontré peloteando al loco Vargas con sus amigos, y, también, llevado por mi padrino Roberto, conocí la tradicional dulcería de la señora Rosa Luna.
Por el año 2000, junto con mis hermanos y algunas amistades, formamos una pequeña academia preuniversitaria, en la que recuerdo entre sus primeros alumnos, al menor de los hermanos Montalvo, Asbel, que al final terminó enrolado en el gran negocio familiar que empezó como una tienda de plásticos y luego se convirtió en su primer Spa en Magdalena.
También, conocí a los esposos Marino y Marina Ocaña, ambos reconocidos vecinos emprendedores de la calle Castilla y forjados a pulso de trabajo constante, lamentablemente la señora Marina falleció dejando todo un legado para sus dos hijas.
Y, así, algunas personas mayores, que conocí y traté, ya han fallecido, como los dueños de la tradicional juguería ubicada en la esquina del mercado entre las calles Castilla y Bolognesi, o los dueños del puesto de ceviche y chilcano que durante el tiempo del comercio ambulatorio se les ubicaba en la esquina de Gálvez y Castilla en el frontis de la conocida panadería Bon Ami. Actualmente sus hijos e hijas continúan con su puesto reubicado en un nuevo mercado en el boulevard Gálvez.
Como no recordar al dueño del restaurante el Patio, papá de mi amigo Julio, quién también falleció, actualmente sus hijos y esposa continúan con su restaurante en la cuadre 8 de Castilla.
Mención aparte, merece la popular pollería San Martín, con sus famosas maruchas y que por años funcionó en una esquina entre San Martín y Leoncio Prado, en apenas un área de 25 m2 aproximadamente, y hoy, es un local grande de 4 pisos el cual se llena diariamente, y mi mamá su asidua cliente cuando nos visita por Lima.
Es evidente el cambio que ha dado Magdalena en lo que va del siglo 21 con la llegada de Francis Allison a la alcaldía; primero reubicó todo el comercio ambulatorio, le dio seguridad permanente a todo el distrito y hoy se aprecia cámaras interconectadas de vigilancia casi por todos lados, ha ido recuperando la huaca Huantille y ya se van dejando las pistas con asfalto por las de concreto, además de la modernización y mantenimiento del coliseo Chamochumbi que permite la práctica continua de algunos deportes. También es notorio la presencia del boom inmobiliario que ha dado paso a modernos edificios en reemplazo de muchas casas y casonas antiguas. Me llamó la atención hace algunas semanas encontrar cargadores solares para celular a disposición gratuita del público como también el parqueo gratuito.
Si tuviera que retroceder el tiempo a 1998 y me dijeran para venir a vivir a Lima, de seguro –optaría por Magdalena del Mar-, como se lo decía a un entrañable amigo, Eufemio Rojas, conocido como El Gato, y a él acudo cada que se me antoja un ceviche de conchas negras, y con quien me reencontré después de mucho tiempo y me trajo al recuerdo gratos momentos vividos en Magdalena sin olvidarme de Huacho.

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